Su padre era un médico famoso que se dedicaba en cuerpo y alma a su trabajo. Daba conferencias, atendía a famosos y ganaba un montón de dinero.
Esteban iba a estudiar medicina, quería ser un médico famoso como su padre.
Estudió la carrera con unas notas inmejorables, pero él quería ser un médico famoso como su padre.
Un verano unos compañeros de clase le animaron a viajar por África, iban a ser unas vacaciones inolvidables. Lo que allí se encontró, Esteban, no era lo que esperaba. Se encontró la parte difícil del mundo: no hay grandes casas, no hay vacaciones fantásticas, no hay médicos, no hay colegios como el de él… allí no hay nada.
Aquel viaje lo marcó tan profundamente que cuando volvió ya no era el mismo Esteban.
Terminó la carrera y empezó a convertirse en el médico que él quería ser, pero cada vez que encendía la televisión se acordaba de su viaje a Africa, así que después de cinco años de trabajar aquí como médico, decidió unirse a “Médicos sin fronteras” e irse a Africa para ayudar a las gentes de allí.
Llegó a un pueblo de Sudán en el que no había nada más que unas pocas huertas, unas cabras y un puñado de chozas, pero en este pueblo no eran tan pobres porque tenían un pequeño pozo.
Esteban se asentó allí y empezó a ayudar, hacía de médico, de maestro, de matrona, les enseñó a las gentes que debían lavar la comida y las manos. Con su dinero puso una escuela, un pequeño hospital y una depuradora; así empezó el viaje de Esteban por los distintos países del mundo ayudando a las gentes que lo necesitaban.
Esteban nunca llegó a ser un médico famoso, pero muchas personas a las que ayudó llegaron a ser médicos, ingenieros, profesores… y pudieron ayudar a sus pueblos a ser mejores.
María Menéndez Sarasúa, 3ºB
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