viernes, 13 de abril de 2012

Una persona con suerte


Personalmente me considero una persona con bastante suerte. Tengo todo lo que podría desear hoy en día, y con eso me basta. No quiero más, pero eso tampoco significa que me conforme. He leído en un libro últimamente que “los humanos no se satisfacen jamás, siempre quieren más, y eso es lo que los diferencia de los animales”. Y esa me parece una frase sencillamente genial. La gente suele decir esto con algo de desprecio, pero yo creo que no es así, no si te refieres a todo lo bueno de la vida. Siempre intenta mejorar, ser mejor persona, pero sobre todo, intenta ser más feliz. Eso es lo que todo el mundo busca y no lo que todo el mundo encuentra. Podemos hablar de nuestros sueños, de lo que queremos ser de mayores, de lo que pensamos que seremos. Pero el mayor sueño de todos es alcanzar la felicidad. ¿Es muy difícil? Por supuesto, eso lo sabe todo el mundo. Pero nadie dice que tengas que hacer el camino tú sólo hasta el final; de hecho, es prácticamente imposible. Necesitas que alguien te lleve de la mano, te haga esquivar los peligros y llegar sano y salvo a tu meta. Unas personas te acompañarán mejor que otras, eso es cierto, pero lo que cuenta no es que tu acompañante sea el mejor en todo. Sólo necesita tener fuerza de voluntad. Porque es de la fuerza de voluntad de lo que sale todo lo bonito del mundo, como la amistad, la felicidad y la alegría, los amigos y la satisfacción personal después de trabajar mucho, hasta incluso el amor. También es cierto que de la fuerza de voluntad salen cosas no tan agradables como las anteriores, pero es en la forma de pensar y de usarla donde se muestra que una persona es de valía. 
Hay personas que son simplemente buenas personas, porque son así desde que nacieron. También está el resto de gente de este mundo, a la que nos puede costar un poco intentar mejorar para ser más felices y solidarios. Pero si realmente lo deseamos, todos podemos ayudar y colaborar a que la gente llegue al final de su camino, a que nuestros amigos sean felices, y no sólo nuestros amigos, sino toda la gente a la que podamos ayudar. Debemos pensar que solos no podemos hacer nada, porque los humanos somos unos seres dependientes. No tenemos gran fuerza, velocidad o cualquier otra capacidad características en otros animales. Pero si sobresalimos sobre ellos es por nuestra mente, por nuestros pensamientos, nuestra inteligencia superior. Pero aun así no podemos hacer nada si no hay alguien a nuestro lado, para ayudarnos a levantarnos cuando nos caemos y para apoyarnos en las dificultades. Siempre hay ese “alguien”, generalmente una persona dispuesta a darlo todo por ti, porque es altruista. Dispuesta a defender la verdad delante de ti, porque es honrada. 
Dispuesta a ofrecerte todo lo que esté en su mano, porque es generosa y solidaria. Y a esas personas le debemos casi prácticamente lo que somos. Porque somos nuestros sueños, y sin ellas nuestros sueños y deseos ni siquiera existirían.
Hay ciertamente poca gente “ejemplar”, pero las pocas personas que hay destacan mucho, y serán siempre recordadas en nuestra memoria. Aquella gente que dio todo lo que tenía para proteger a la gente de su país, de su ciudad, de su pueblo, o a las personas que estaban a su alrededor. No importa a cuanta gente alcances, sino el mero hecho de que lo hagas. Porque ayudar a tanta gente en tantas cosas no es tan fácil como pudiera parecer. Pero siempre están esas personas, que estarán acompañándote hasta el final, sin soltarte la mano ni un solo momento, y que te apoyarán en todo momento. Yo conozco a este tipo de personas. Son mis amigos. Y por eso he empezado esta redacción diciendo que me considero una persona con bastante buena suerte. De hecho, creo que cualquier persona que tenga unos amigos como los míos puede decir sin ningún miedo que 
tiene buena suerte, que estará bien acompañada para toda su vida, y que con la suficiente fuerza de voluntad cumplirá todos los objetivos que se fije.
A veces, la ayuda para salvar los obstáculos viene de la persona de la que menos te lo esperas, de gente con la que no tienes ninguna relación, pero que prefiere ayudarte a quedarse quieta en el sitio. Este mundo realmente necesita más gente de este tipo, porque no todo el mundo tiene a alguien que le apoye en todo momento. Esas personas que sólo quieren mejorar, pero sólo si mejoras tú con ellas, que es capaz a poner a mucha gente de pie y dispuesta a batallar para un fin común. 
Necesitamos un proyecto común como humanos, y necesitamos a alguien que lo encarrile y que lo haga realidad. Porque de ese plan depende nuestra vida, nuestra felicidad, y no deberíamos sacrificarlo sólo porque no queremos colaborar. Alguien debe unir a todas las personas para hacer de este un mundo mejor. Alguien solidario, altruista, honrado y generoso, y que sepa cómo y cuándo ayudarnos, y que además nunca nos abandone,  porque siempre permanecerá en nuestra memoria.

Miguel González Fernández

SUERTE Y DESTINO


El despertador sonó pese a que era sábado. Se me había olvidado desconectarlo. Lo paré, y di media vuelta tratando de retomar el sueño, pero al cabo de un rato, lo di por imposible. Me levanté y me puse a estudiar, ya que así iba a tener la tarde libre. Pasado un rato mi padre se levantó y fue a por el periódico. Cuando volvió, mi madre ya estaba levantada y había preparado el desayuno para los tres. Desayuné y volví a mi habitación a estudiar. Estudié un buen rato y después me fui al salón a ver la tele. Sonó el teléfono y mi madre atendió. Recuerdo que dijo “Sí, soy yo” mientras su cara sufría una metamorfosis. Se iba poniendo entre triste y seria, hasta que rompió a llorar. Mi padre, al escuchar los llantos, vino al salón a ver que pasaba. Ella colgó el teléfono con rabia y dijo que era la policía, que Ramón había tenido un accidente de tráfico y que estaba muy grave. Iba en una ambulancia de camino al hospital local. Mis padres me dijeron que no me preocupara, que ellos iban a ir al hospital, y en cuanto supieran algo me avisarían. Ramón era mi hermano mayor, y trabajaba de panadero en un pueblo que estaba a unos 8 kilómetros de casa, y para ello necesitaba ir todos los días en coche. Teníamos una buena relación, aunque de vez en cuando discutíamos y nos fastidiábamos mutuamente. Al quedarme sola en casa, sabía que iba a estar comiéndome la cabeza pensando en 'Mon', asique decidí llamar a Andrea. Le comenté lo que había pasado y me dijo que se venía a casa a hacerme compañía. Estábamos viendo una peli, cuando sonó el teléfono Tuve miedo. Sabía que esa llamada iba a marcarme. Al responder, resultó ser mi abuela, que me saludó y preguntó por mis padres. Para que no se preocupase, decidí decir que se habían ido a dar un paseo. Colgué y seguimos viendo la peli. Volvió a sonar el teléfono, y volví a tener miedo. Al responder, tampoco eran mis padres. Era una llamada publicitaria para ofrecer una tarifa de teléfono Me enfadé como nunca antes lo había hecho y llamé de todo a la pobre telefonista. Andrea se levantó y colgó el teléfono Se lo agradecí. Lo que menos necesitaba en ese momento eran mas disgustos. La película terminó y el final me dejó sensación de culpable. No se por qué. Culpable, pero ¿culpable de que? Esa sensación nunca antes la había tenido, ni sabía que significaba. Se lo dije a Andrea, y mientras lo comentábamos el teléfono sonó. A la tercera va la vencida, pensé. Me abalancé sobre él y era mi padre. ¡Por fin! Me dijo que Ramón estaba grave, pero estable. Que si quería subir a verlo, el bajaría en un rato a buscarme. Le dije que sí. Se lo comenté a Andrea, y le dije que si quería irse, que se fuera, que no me importaba, pero insistió en quedarse hasta que llegara mi padre. Subimos al hospital, y al llegar vi a mi madre. Corrí hacia ella y la abracé. No nos dejaban verle, ya que el turno de visitas empezaba en una hora y algo. Mis padres ya habían hablado con él, por lo que yo entraría en primer lugar cuando comenzara el turno de visitas. La enfermera vino y me dijo que ya podía pasar. Entré corriendo y nada más verle le abracé.
-¿Qué te pasó? Le pregunté.
-Pues que iba con el coche, y salí cansado de trabajar, por lo que se me cerraron los ojos, y se me fue el coche contra una casa.
-Pero, ¿estás bien?
-Sí, aunque tengo el cuerpo un poco dolorido.
-¿Qué te han dicho los médicos?
-Pues nada, pero posiblemente me corten las dos piernas por encima de la rodilla. Me dijo Ramón entristecido.
-Estás de broma, ¿no?
-Por desgracia no, pero no es seguro.
-Tengo que irme, que sino no pueden entrar papá y mamá.
-Portate bien en el tiempo que no esté en casa ¿eh Cris?
Le di un beso y un fuerte abrazo y me fui.
Al verle me sentí un poco aliviada, pero por lo que me contó de sus piernas, una enorme sensación de pena me recorrió el cuerpo. Mi hermano jugaba al fútbol, y por lo que decían, era bastante bueno. Yo fui a verle alguna vez, pero no es un deporte que me guste, por lo que no prestaba demasiada atención. A él le encantaba el fútbol, por lo que no se que sería de él sin una o sin las dos piernas. Estuvimos dos horas más en el hospital, pero a mi me pasó volando. Solo pensaba en él. A las dos horas, mi madre y yo bajamos en un taxi, ya que mi padre se quedó con él pasando la noche. Esa noche no pude pegar ojo. Para colmo a la mañana siguiente tenía una excursión con un grupo
de amigos que solíamos hacerlas algún que otro domingo. No sabia si ir o no, pero mi madre me aconsejó que sí, ya que así tendría la cabeza en otro sitio y no pensaría en 'Mon'. Finalmente fui. Habíamos quedado por la mañana, ya que iríamos a una montaña cercana. Íbamos a pasar el día y a volver poco antes de que anocheciera. Llegó la hora de comer, y cada uno había llevado su comida. Todos excepto uno, al que se le había olvidado. Entre todos le dimos un poco de cada cosa, y al final acabó comiendo. Después de comer nos fuimos algunos a dar un paseo, y llegamos a un río. Una chica que venía con nosotros se acercó demasiado al río, pisó musgo en la orilla y se calló encima de una roca. Empezó a gritar de dolor, y al levantarse, vimos que se había dislocado el hombro. Rápidamente saqué mi móvil y llamé a una ambulancia, pero dijeron que al estar en el monte no podían hacer nada, por lo que decidimos bajar con ella y acompañarla al hospital. Al llegar me encontré con mi padre, que me dijo que por la mañana le habían hecho unas pruebas a Ramón y efectivamente tendrían que cortarle las piernas. De repente, y sin esperarmelo, rompí a llorar. Le pregunté a mi padre si podría hablar con Ramón, y cuando se las cortarían. Me dijo que en diez minutos saldría mi madre y podría entrar a hablar con él. También que la operación sería durante la mañana siguiente. En cuanto me dejaron, entré. Hablamos de nuestras cosas, no lo recuerdo con exactitud, y me dijo que la operación sería cerca de las diez de la mañana. Recuerdo que le di un beso y salí. Al día siguiente tenía clase, pero pensé en faltar por la operación de Ramón. Se lo comenté a mis padres, pero no me dejaron. Debía ir a clase. Fue una noche más sin dormir, no podía. En mi cara tenía serias marcas de insomnio, aunque pese a todo, fui a clase. Estaba en la tercera hora de clase cuando alguien picó a la puerta de mi clase. Era el conserje y me mandó salir un momento. Salí, y me dijo que Ramón había fallecido. No me lo creí. Me dijo que fue durante la operación, debido a una negligencia médica. Empecé a llorar, y estuve cerca de desmayarme. La puerta de clase tenía un pequeño cristal, por el que se veía el exterior desde dentro y viceversa. Andrea salió de clase y me preguntó que que pasaba, y al contárselo llorando, me abrazó. Fue un abrazo largo y profundo. El conserje lo interrumpió diciendo que estaba mi tío esperándome en la puerta para llevarme con mis padres. Me fui corriendo, sin coger nada, y sin despedirme de nadie. Vi el coche de mi tío, y corrí hacia allí. Abrí la puerta y entré. Me dijo algo, incluso creo que hablamos un rato, pero no lo recuerdo, estaba en estado de shock. Llegamos al hospital y me llevó con mis padres. Cuando los vi, corrí hacia ellos y los abracé. Los tres llorábamos. Me contaron como había pasado. Al poco me llevaron a casa, ya que ellos tenían que tramitar todo. Llamé a Andrea para poder desahogarme con ella. Me dijo que fuera a su casa a pasar la tarde, que así me olvidaría un poco del tema. Estuvimos un rato en su casa, y después nos fuimos a una cancha de fútbol sala que había cerca a ver a unos amigos nuestros que estaban jugando un partido, pasando antes por un kiosco que había allí al lado. Sobre las ocho de la noche volví a casa. Al llegar me encontré a casi toda la familia: abuelos, tíos, primos,... Mis padres me dijeron que el funeral sería el día siguiente a mediodía, y que lo mejor que podría hacer en ese momento sería irme a mi habitación e intentar dormir. Así lo hice. Cuando estaba metida en la cama mi madre entró. Venía a tratar de consolarme. Me dio una pulsera que había sido suya que decía que daba suerte. Me dio un beso en la frente y se fue. A la mañana siguiente desperté temprano. Me duché y me vestí. Traté de desayunar, pero tenía el estómago cerrado, asique decidí beber un vaso de zumo de naranja nada más. Al poco se levantaron mis padres y tras arreglarse, nos fuimos a la iglesia. No paré de llorar. Recuerdo que mucha gente vino a abrazarme o a decirme que lo sentía, a muchos no los conocía, tal vez porque eran amigos de mis padres o de Ramón, o tal vez por mi estado en ese momento. Recuerdo ver a Andrea, a mis primos, y a algunos compañeros de clase. También recuerdo a un chico, alto, de pelo rubio mas o menos largo. Me dio un abrazo y me dijo que lo sentía. Creo que no lo conocía, o tal vez sí, pero no lo recordaba en ese momento. Me quedé paralizada, no le dije nada, simplemente lloraba. Él se fue, y a mi siguieron dándome abrazos. Ese chico se me quedó metido en la cabeza y por momentos no recordaba que estaba en el funeral de mi hermano. No sabía quien era, y quería saberlo. Al acabar, salimos y yo traté de encontrarlo, pero no le vi. Al día siguiente, cuando vi a Andrea se lo dije, y me dijo que ella no lo había visto ni sabía quien podía ser. Pasaron los días y yo seguía sin poder quitármelo de la cabeza. ¿Quién sería aquel chico? Por fin me decidí, y dije a mis padres que había gente en el funeral que no conocía, como una señora mayor, y un chico alto de
pelo largo y rubio. La señora la metí para disimular un poco, y el chico me dijeron que era el hijo del jefe de mi padre. Hablamos un rato más, y me fui a dormir. Pasado un tiempo, mientras estaba con Andrea en la pista de fútbol sala, le vi a lo lejos. Iba solo, escuchando música, y decidí ir a hablar con él.
-Hola. No se si sabes quién soy... Le dije.
-Hola. Creo que sí, te vi en el funeral el otro día, ¿verdad?
-Sí. Siento no haberte dicho nada el otro día, es que estaba bastante afectada y no me salían las palabras.
-No te preocupes, me lo imaginé. Por cierto, me llamo Javier, pero puedes llamarme Javi.
-Yo Cristina, pero puedes llamarme Cris. Encantada.
Nos dimos un par de besos.
-¿Que haces por aquí? Le pregunté.
-Pues acabo de salir del gimnasio. ¿Y tú?
-Nada, con una amiga – dije señalando a Andrea – pasando el rato. Si te quieres quedar con nosotras...
-Es que... no puedo. Quedé con unos amigos para.. ensayar. Dijo Javi improvisando.
-Ah, ¿y que tocas?
-Eh... la guitarra.
-¡Qué guay!
Javi me sonrió.
-¿Podemos ir a veros Andrea y yo?
-No. Es que... el local de ensayo es muy pequeño y estaríais incómodas.
-No te preocupes, nos adaptamos a donde sea.
-Pero... es que... no queremos que nadie sepa lo que vamos a tocar en el próximo concierto.
-Ah. Entonces nada. Bueno si quieres mi número para quedar para dar una vuelta..
-Bueno, está bien..
Le di mi número y lo apuntó en una libreta que llevaba en su mochila.
-Bueno pues... ya te llamaré. Dijo él.
Le sonreí y nos dimos un par de besos de despedida.
Volví con Andrea al banco. Le conté lo que había pasado, y estuvimos un rato hablando a cerca de ello. Empezó a anochecer y volvimos a casa. Cuando me fui a la cama no me lo pude quitar de la cabeza. A la mañana siguiente me desperté abrazada al único peluche que tengo en la cama. Supuse que había soñado con Javi, pero por más esfuerzos que hice no logre recordar nada de mis sueños. Los días pasaban y él no me llamaba. Llegó el fin de semana y yo fui con unas cuantas amigas, entre ellas Andrea, a pasar la tarde en un parque. Estábamos charlando un rato cuando le vi a lo lejos. Fui hacia él. Estaba paseando un perro, no sabría decir su raza, pero era bastante pequeño. Le saludé y nos pusimos a hablar. Me dijo que no me llamó porque tuvo muchos exámenes y no podía haber quedado. Seguimos hablando hasta que me armé de valor y le dije que desde que lo había visto estaba enamorada de él. Mientras le contaba lo que sentía por él, me besó. Después me dijo que tenía prisa porque tenía que comprar harina para su madre, pero que me llamaría. Volví con mis amigas, que lo habían visto todo, y empezaron a hacerme preguntas. Yo me encontraba en un estado próximo al Nirvana, por lo que no hacía caso a las preguntas. Al rato me fui con Andrea, y le conté lo ocurrido. Al llegar a mi portal nos quedamos charlando allí durante un rato, hasta que ella se fue a su casa porque ya era tarde. La noche fue igual que muchas anteriores: solo pensaba en él. La semana pasó y el no me llamó. El viernes por la tarde fui a comprar un libro, y por el camino le vi. Estaba con unos amigos y me acerqué. Mientras caminaba hacia allí me vio, puso cara de sorpresa. Al darse cuenta de que iba hacia él, dijo algo a sus amigos y se acercó a mí. Iba a darle un beso, pero me dijo que no quería que nos vieran sus amigos. Tras esto estuve unos segundos sin reaccionar, hasta que me empezaron a caer lágrimas. Empecé a insultarle y me fui corriendo. Mientras me iba pude escuchar como sus amigos le preguntaban “¿quién era esa?” y él contestaba “No lo se, nunca la había visto”. Esto me enfadó aún más. Corrí hacia mi casa y me encerré en mi habitación a llorar. Mis padres habían ido a cenar fuera, asique estaba sola en casa. Me metí en la
cama y al poco me dormí. A la mañana siguiente me desperté temprano. Hacía sol, y como mis padres aún estaban durmiendo, decidí coger un libro e ir al parque. Llegué, me senté en un banco y me puse a leerlo. Al cabo de un rato apareció Javi y al verme se acercó a pedirme perdón y a tratar de hablar conmigo. Me enfurecí bastante, pero decidí no prestarle atención, ni siquiera mirarle, y seguir leyendo mi libro. Estuvo un buen rato tratando que le hiciera caso, pero finalmente desistió y decidió irse. Miré mi reloj. Era tarde y pensé que mis padres tal vez estarían preocupados, pero al llegar aún seguían durmiendo. Tenía algo de hambre, asique preparé el desayuno. Al poco se despertaron y yo llamé a Andrea. Le dije que tenía que hablar con ella y quedamos para por la tarde. Tenía ganas de contarle todo lo de Javi, pero quedaba bastante tiempo aún. Por fin llegó la hora y me fui a la cancha de fútbol, que era donde habíamos quedado. Cuando yo llegué ella aún no estaba allí, asique me senté en el banco. La vi llegar a lo lejos. Tenía los ojos rojos, venía muy sonriente y no podía caminar recto.
-¿Estás bien? Le pregunté.
-¡Estoy genial!
-¿De dónde vienes?
-Acabo de estar con unos chicos mazo guais. Dijo Andrea sacando un cigarro.
-¡Andrea! ¿Desde cuando fumas?
-Eh... Desde hace unas horas. Dijo ella riéndose.
Pensé en decirle o hacer algo para evitar que fumara, pero sabía que iba a seguir, asique no hice nada. De repente se me vino a la cabeza Javi, pero viendo el estado en el que estaba Andrea, preferí no decirle nada. Charlamos un poco más, y cuando estaba algo mejor, la acompañé a su casa.
Al día siguiente volví a verla, y le conté lo de Javi. Le extrañó bastante, ya que que Javi le había parecido un buen chico. Me dijo que uno de los chicos que solían jugar en la cancha celebraría su cumpleaños el fin de semana siguiente y nos había invitado a las dos. Iba a ser en una discoteca. No me llamó demasiado la atención el plan, pero conforme pasaba la semana se me hizo bastante apetecible. El sábado llegó. Abrí el armario y como no sabía que ponerme cogí unos vaqueros, una camiseta, una sudadera y mi pulsera de la suerte. Pensé en ponerme tacones, pero según vi los converse sentí un impulso de ponérmelos. Ah, y sin maquillar, como de costumbre. Estaba preparada. Salí de casa y fui a la casa de Andrea. Al llegar, acabó de prepararse y nos fuimos a la discoteca. Una vez dentro, saludamos a los chicos. Eran todos chicos excepto nosotras dos y otra chica que no conocíamos. Para que no estuviera sola, fuimos con ella. Era la prima de uno de los chicos y había ido al cumpleaños mientras esperaba a que llegara un novio a buscarla. No nos dio tiempo a hablar mucho, ya que este llegó pronto, y nos quedamos Andrea y yo solas. El tiempo pasaba y nos aburríamos bastante, pero el levantarnos de aquellos sofás tan cómodos nos daba más pereza, por lo que dejamos que el tiempo siguiera pasando. Al poco Andrea empezó a encontrarse mal. Yo creo que fue porque había bebido demasiado. Su hermana vino y se la llevó a casa, provocando que yo me quedara sola. Como no conocía a casi nadie, decidí irme a casa, pese a poder quedarme un rato más. De la que volvía a casa, vi a un chico sentado en un banco llorando, solo. Al pasar cerca suyo, me resultó conocido, y me di cuenta de que era uno de los chicos que solían jugar en la pista. Me acerqué y le pregunté que le pasaba.
-¿Estás bien?
El chico levantó la cabeza lentamente y empezó a sonrojarse.
-Es que.. mi.. mi novia me ha dejado. Contestó sin dejar de llorar.
-Estoy segura de que no te merecía. Le dije para tratar de animarle.
Él no contestó, simplemente, siguió llorando.
-Por cierto, me llamo Cristina, pero suelen llamarme Cris. Dije.
-Yo soy Edu. Contestó.
Estuvimos hablando un buen rato, el cual me sirvió para conocerle un poco: le gustaba la poesía, y escribía de vez en cuando algunas letras para canciones, pero como no tocaba ningún instrumento, lo ocultaba diciendo que eran poemas. Su sueño era dar un concierto, pero nadie lo sabía hasta ese momento. También me dijo que estaba en un grupo de teatro. Me estaba pareciendo un chico muy interesante, pero tuvimos que poner fin a la conversación ya que yo me tenía que ir a casa. He de
decir que a lo largo de la conversación dejó de llorar y logré hacerlo reír en algún momento. Me disgustó bastante el mero hecho de tener que dejar de hablar con él, pero el haber conseguido que dejara de llorar me animaba un poco. Estaba cansada y esa noche me dormí rápido. Soñé con él y pensé en la frase “cuando sueñas con alguien, es porque ese alguien se durmió pensado en ti”. Nunca pensé que fuera cierta, pero la mínima posibilidad de que lo fuera, me alegraba mucho. No podía quitármelo de la cabeza, y me di cuenta de que, pese a saber muchas cosas a cerca de su vida, a penas sabía nada sobre como contactarle. Solo que se llamaba Edu, y que de vez en cuando iba a la pista a jugar. Fui varios días seguidos a la pista a ver si lo veía, pero no hubo suerte, así que un día decidí preguntar por él al resto de chicos. Por el nombre nadie lo conocía, así que dije que era un chico alto, pelo castaño, y bastante tímido. No recordaba con exactitud sus rasgos, ya que cuando lo vi era de noche. A pesar de mi pobre descripción, uno de los chicos supo a quien me refería, pero me dijo que no sabían nada de él. Pasaba el tiempo y seguía sin noticias suyas. Pasaron días, semanas e incluso meses, y mi vida continuó igual de monótona. No ocurrió nada interesante durante este tiempo. Bueno sí, una cosa: Andrea tuvo una sobredosis Una tarde, fue con aquellos amigos que me había contado, pero se hizo de noche y ella no aparecía por casa. Sus padres, preocupados, llamaron a mi casa por si yo sabía algo de ella, pero en aquel momento no sabía nada. Al poco, sus padres recibieron una llamada. Era del hospital. Le había dado una sobredosis y estaba bastante grave, pero por suerte, se recuperó y me prometió no volver a acercarse a esa gente. Una vez recuperada, quedé con ella para hablar, y mientras estábamos dando una vuelta, vi un cartel pegado en una farola. Era de un grupo de teatro y en él salían los componentes. Una cara me resultó familiar.. ¡Era Edu! Ya sabía cuando y donde podría volver a verle, pero aún quedaban quince días. Estas dos semanas ocurrieron sin más, hasta que por fin llegó el día señalado, y fui al teatro para verle. Conseguí un asiento en primera fila, pero al ver la entrada, me di cuenta de que iban a representar Romeo y Julieta, así que pensé en la posibilidad de que él fuera Romeo, entonces tendría que besar a Julieta. Esto me puso un poco triste, y cuando empezó la obra, los malos presagios se cumplieron: él hacía de Romeo. La chica que hacía de Julieta era una chica muy guapa, y con un cuerpo prácticamente perfecto. Aunque en ese momento no lo admitiera, estaba celosa. ¿Y si era su novia? No presté demasiada atención a la obra, y al acabar me fui. Me quedé en la puerta esperando a que saliera. Permanecí allí un rato, pero como no salía pensé que podía haber salido por otra puerta, así que me fui. Mientras me iba, escuché un gritó. ¡Era Edu y me llamaba a mí! Vino corriendo hacia mí y me dio dos besos. Me dijo que no me esperaba, y me preguntó que como me había enterado de que iría a actuar. Le dije que vi los carteles por la zona y le había reconocido. Mientras hablábamos, apareció la chica que había representado a Julieta. Me la presentó. Se llamaba Marta, y era la novia de su mejor amigo, del cual no recuerdo el nombre con exactitud. Le conté que había preguntado por él, pero nadie sabía nada. Se disculpó y me dijo que había pensado en buscarme, pero con los exámenes y el teatro había estado muy liado. Me contó también que tenían pensado hacer teatro callejero o algo innovador que impresionase a la gente, pero aún no tenían nada programado. Él tenía que irse, y quedamos para dentro de dos días. Por desgracia, tuvimos que despedirnos, pero me quedaba el consuelo de que en dos días volvería a verle. Al día siguiente le conté lo ocurrido a Andrea, la cual estaba totalmente recuperada de la sobredosis. Por fin había llegado el día que tanto esperaba: había quedado con Edu. Fuimos al cine y él se empeñó en invitarme. Vimos una película española llamada Héroes. Pese a que no me gustaba especialmente el cine español, esa peli me encantó y me hizo llorar como una magdalena. Cuando lloraba él me abrazaba, y eso lograba tranquilizarme. Al salir, aún era de día, y me llevó a un parque a las afueras en el que vimos atardecer. Mientras esto ocurría me contó que poco a poco había conseguido hacerme un hueco en su corazón y que estaba enamorado de mí. Me quedé callada, no supe reaccionar, y él rompió ese incómodo silencio besándome. Permanecimos allí un rato más, hasta que empezó a hacer frío. Yo estaba tiritando y Edu me ofreció su chaqueta. Iba a cogerla, pero me di cuenta de que debajo solo llevaba una camiseta de manga corta, así que la rechacé. Siguió insistiendo, y finalmente, la cogí. Me acompañó hasta mi casa y quedamos para el día siguiente. Otra noche más que me costó dormir, pero lo compensaba mi estado de felicidad. Al día siguiente vino conmigo de compras. Pobrecillo, todo lo que tuvo que aguantar, pensé sonriendo. Se estaba
haciendo tarde y yo debería irme a casa, pero Edu propuso que cenáramos juntos. Me hacía mucha ilusión, pero sabía que no podía, así que llamé a casa para intentar que me dejaran quedarme, y, hasta que no lo conseguí, no colgué. Cenamos y tras ello fuimos a un prado a ver las estrellas. Nos tumbamos y estuvimos allí un buen rato. Nunca había sentido interés por las estrellas, pero él sabía algo a cerca de ellas y me dio unas pequeñas lecciones a cerca de las constelaciones. Aquello parecía interesante, y más aún si tenemos en cuenta que era Edu quien me el explicaba. Empezó a llover y me volvió a acompañar a casa, donde nos despedimos. Durante una semana no pudo quedar, y no me daba motivos creíbles, lo cual hizo que me sintiera un poco celosa, hasta que me enteré de que sus padres le habían castigado por llegar tan tarde a casa el día que fuimos a cenar juntos. El haber pensado mal de él hizo que me sintiera mierda. Pasé unos días mal por culpa de esto. Por fin llegó el día en que le volvería a ver. Me puse mi ropa favorita: un vaquero corto, unas medias rotas negras, una camiseta blanca y una sudadera grande negra. ¡Ah!, y mi pulsera de la suerte. Había quedado en pasar a recogerme, y cuando llamaron a la puerta fui corriendo. Al abrir la puerta le vi, me vio.
-¡Guau Cris! Estás preciosa.
Tras oír esto le besé. Fue un beso breve ya que temía que llegaran mis padres, así que no tardamos en irnos. Fuimos al parque y de la que iba me choqué con una señora. Me disculpé, pero ella no paraba de gritarme, así que me fui. Llegamos al parque y nos sentamos en uno de los bancos que allí había. Me percaté de que me faltaba la pulsera, ¡mi pulsera de la suerte! El no tenerla me causó inseguridad y presagié que algo malo iba a pasar. La buscamos durante un buen rato, pero no apareció. Mientras buscábamos recordé el choque con la señora. Al golpearnos, había sentido algo en mi muñeca. ¡Ella me la había quitado! Estaba medio llorando y volvimos al banco. Charlamos durante un rato y hasta logró que me animara. De repente, vi a lo lejos a Javi con sus amigos, y me puse de espaldas a ellos para tratar de que no me vieran. Edu y yo seguimos hablando sin darle mas importancia, hasta que Javi y sus amigos se acercaron.
-Mirad a quien tenemos aquí. Dijo uno de sus amigos.
-Pero si es la pequeña Cristina. Qué lista es tu madre que te deja salir sola de casa y encima te encasqueta al abuelo, ¿no? Dijo Javi riéndose.
-¡Dejadnos en paz! Le grité.
Javi intentó agarrarme del brazo, pero Edu le apartó la mano. Esto provocó que fueran a por Javi y empezaran a pegarle. Intenté que le dejaran, pero uno de ellos me agarró. Eran muchos más y Edu no tenía nada que hacer. Edu estaba tirado en el suelo, inmóvil Había bastante sangre y yo estaba muy asustada. Gritaba como si no hubiera mañana, pidiendo ayuda, insultándoles, ... Yo gritaba. Por suerte unos señores nos vieron y vinieron corriendo. Al verles, Javi y sus amigos se fueron. Edu no se movía y tenía la cara ensangrentada. Los señores que vinieron llamaron rápidamente a una ambulancia, que se lo llevó al hospital. Fui corriendo al hospital, ya que no estaba muy lejos, y al llegar me dijeron que estaba bien. La sangre era debida a heridas en la nariz y la boca, pero no tenía nada grave. A pesar de ello debería permanecer uno par de días ingresado para que le hicieran unas pruebas. Ya estaba consciente y podía verle, así que fui corriendo y le abracé con fuerza.
-No.. no se como pedirte disculpas. Mira como estas y todo por mi culpa. Le dije.
-¡Pero si estoy bien! Solo ha sido un poco de sangre. Contestó.
-Anda que, vaya susto me diste.
Empezó a anochecer y sus padres llegaron. Nos despedimos y me fui a casa. A la mañana siguiente, cuando estaba a punto de irme a ver a Edu al hospital, los padres de Andrea llamaron a mi casa. Andrea no había aparecido por casa y no sabían nada de ella. Habían llamado a la policía y al hospital, pero no había noticias suyas, y yo tampoco sabía nada de ella. Iba al hospital a ver a Edu, y si me enteraba de algo les avisaría. Fui al hospital y Edu estaba muy bien, de hecho, al día siguiente, le darían el alta. Estuvimos un buen rato charlando. No había tenido dolores y los enfermeros eran muy majos. Charlamos un rato más a cerca de nuestras cosas y me fui a casa a comer. Quedamos en que me llamaría al día siguiente desde su casa. De la que me iba, pregunté en la recepción por Andrea, pero no sabían nada. Volví a casa y mi padre me dijo que habían llamado los padres de Andrea. La habían encontrado tirada en un callejón, ya sin vida, debido a otra sobredosis. Empecé a
llorar y fui corriendo hacia un acantilado. Al llegar fui hacia el borde y me senté. Era un sitio que poca gente conocía, y si lo conocían, no iban. Solía ir allí cuando necesitaba estar sola. Lloré mucho, y también grité y maldecí. Andrea, mi mejor amiga desde que tengo uso de razón, había muerto. No la volvería a ver, ni volveríamos a contarnos secretos, ni a hablar de chicos. Ya no estaba. Simplemente, se había ido. Es curioso lo fácil que resulta cruzar la delgada línea que separa la vida de la muerte, pero una vez traspasada, ya no hay vuelta atrás. Tras estar ahí un buen rato, empezó a entrarme el hambre y decidí volver a casa, además mis padres estaría preocupados. Cuando llegué, mis padres me abrazaron. No me preguntaron nada, me comprendían. Al día siguiente me llamó Edu. Ya estaba en casa. Le conté lo de Andrea y trató de consolarme. Me dijo que ese día no podía salir, tenía que guardar reposo. Pensé en ir a su casa, pero tenía el funeral de Andrea, así que al acabar me pasaría un ratito por su casa. Llegué a la iglesia. Había gente que no esperaba que estuviera allí, así como gente que esperaba ver, faltaba. Vi a sus padres. Fui hacia ellos y les abracé. No cruzamos palabra, estaban destrozados. Vi a algunos amigos y me senté con ellos. Apenas hablamos. La iglesia estaba muda y la gente, consternada. El funeral transcurrió sin más hasta llegar a su fin. Muchos llantos sin consuelo. Yo tenía los ojos vidriosos y me fui sin mediar palabra con nadie. Me puse los cascos, y empezó a sonar “November Rain” de los Guns n' Roses. Mis lágrimas ya brotaban sin parar. Era extraño, esa canción me recordaba momentos con Andrea y me hacía llorar, quería pasar a otra canción, pero había algo que me lo impedía. Las lágrimas eran de dolor por haberla perdido. Bueno no. Bueno, sí, pero no en su totalidad, en parte eran de felicidad, ya que esa canción me estaba haciendo recordar algunos momentos maravillosos que había pasado con Andrea. De querer cambiar de canción pasé a querer que no acabara nunca. Me senté en un banco y la escuché una y otra vez sin parar de llorar y sin dejar de recordar momentos. De repente me vino a la cabeza Edu, había quedado con él. Fui a su casa. Me abrió la puerta su madre, y me indicó cual era su cuarto. Piqué a la puerta y entré. Estaba tumbado en la cama. Le di un beso. Me dijo que no sabía por qué tenía que estar guardando reposo, si no tenía nada. Aprecié algunos moratones en su cuerpo, pero nada más. Se fijó en que tenía algunas lágrimas en los ojos, y recordó lo de Andrea. Me abrazó con fuerza y hablamos un poco, pero ya era tarde y debería irme a casa. Quedamos, como de costumbre, para el día siguiente. Al llegar a casa recordé que había perdido mi pulsera de la suerte unos días atrás, y que desde entonces, una serie de acontecimientos catastróficos para mi vida habían tenido lugar. Al día siguiente volví a ver a Edu. Me llevó a un pub. Estábamos él y yo solos. Cuando llevábamos ya un rato sentados en aquellos sofás, empezó a sonar “I was made for loving you baby” de Kiss. Me encantaba esa canción. La cantamos según sonaba, provocando la risa del camarero.
-Oye Cris, ¿recuerdas aquello que te había dicho de que íbamos a hacer teatro callejero? Dijo Edu. -Sí, ¿por qué?
-En un par de días vamos a colarnos en el teatro durante la actuación que va a haber, tienes que ir a vernos.
-¡Que guay! ¡Allí estaré! Le respondí.
Estuvimos un rato más en el pub, hasta que empezó a llegar gente, que decidimos irnos. Al día siguiente no podía quedar, que tenía ensayo, así que lo vería en el teatro. El día señalado llegó, y yo estaba en primera fila. Durante la representación de la obra, unas personas subieron al escenario con unas máscaras. Hicieron una crítica a la sociedad actual, consumista, capitalista. De repente un columpio se descolgó del techo con un chico sentado en él estaba colgando por encima de las cabezas de los actores. Era Edu. No llevaba máscara, sino la cara pintada. Continuó la crítica, y se dispuso a sacar una pistola, falsa, claro está, al estilo de la película “Noviembre”, pero al sacarla resbaló y se calló del columpio, con tan mala suerte que el arnés que le sujetaba se rompió y se calló contra el suelo. Empezó a gritar y a llevarse una mano a la pierna. Una ambulancia llegó y se lo llevó al hospital. Se había roto una pierna, pero no era nada grave, en el mismo día se iría a casa. Yo fui al hospital caminando, para estar con él. Al llegar pregunté por él. Me dijeron que la ambulancia que le llevaba había tenido un fuerte accidente y que hubo varios muertos. En poco tiempo llegarían las ambulancias con los supervivientes. Una ambulancia llegó. Dentro iba Edu. ¡Estaba vivo! Los médicos me dijeron que estaba muy grave y no creían que sobreviviera, pero ya es sabido que la
esperanza es lo último que se pierde. Al poco tiempo me anunciaron que había fallecido y que nada habían podido hacer por salvarle la vida. La noticia me destrozó. Una cosa más para añadir a la lista de catástrofes desde la desaparición de mi pulsera. Me entró miedo. ¿Qué mas podría ocurrirme? Me fui corriendo del hospital, en dirección al acantilado. Tres de las personas a las que más quería se habían muerto. Mi vida no tenía sentido. Decidí no dejar de correr pese a llegar al acantilado, pero muy cerca del borde, tropecé con una piedra y me caí al suelo a escasos centímetros del borde. No estaba muerta, ese tropezón quería significar algo. Era demasiado joven para morir, debía seguir viviendo. Estuve allí un buen rato. No lloré. Quizás fue debido a que me había acostumbrado a perder a un ser querido y lo tenía como algo natural. De la que volví a casa me enteré de que al día siguiente por la tarde sería el funeral por Edu. Fui a casa y me metí en mi habitación. No sabía que hacer. No encontraba motivos para vivir, pero el destino me dijo que viviera. Me puse a escribir. No sabía lo que hacía. Mi mano fluía sola, sin que yo ejerciera ningún control sobre ella. Cuando tuve sueño me tumbé en la cama y dormí. Al despertar tenía una cosa en la cabeza. Edu hacía canciones, pero como no sabía tocar nada decía que eran poemas. Ya tenía una meta en mi vida. Aprendería a tocar la guitarra para poder poner sonido a esas maravillosas letras y brindarle un homenaje. Era domingo, lástima, no podría ir a comprar una guitarra y tendría que esperar hasta el día siguiente. Recordé el funeral de Edu. Me duché y arreglé un poco y salí rumbo a la iglesia. La calle estaba cortada por obras, por lo que tuve que ir por un callejón. Mientras lo atravesaba una mano se posó en mi nuca y comenzó a hacer fuerza hasta el punto de hacerme daño y dejarme inmóvil
-La pequeña Cris se atreve a salir solita de casa. ¡Qué valiente! Dijo una voz procedente de detrás mío que me resultó familiar.
Continué inmóvil y callada, sin saber como reaccionar. La mano me soltó y al girarme vi a Javi. Rápidamente me puso una bolsa en la cabeza y me dio un fuerte golpe, dejándome inconsciente. Al recobrar el conocimiento recuerdo que estaba desnuda, con las manos atadas, en un estudio de grabación musical. Levanté la cabeza y vi a Javi, también desnudo.
-Puedes gritar todo lo que quieras, perra, estás en un estudio insonorizado y nadie te va a oír Dijo. Sabía lo que me esperaba. Cerré los ojos y dejé que ocurriera, mientras en mi cabeza tarareaba la canción “Forever young” mientras recordaba buenos momentos de mi vida. Recuerdo que la melodía se veía contaminada por los gritos de Javi hacia mí. También recuerdo que me golpeaba bruscamente, pero no sentía, no oía, no estaba. Recuerdo que acabó, me ató las piernas, y me arrastró hacia el monte. Al llegar vi un agujero con una pala clavada cerca, en un montón de tierra. Javi me arrastró hasta el borde del hoyo y me empujó. En mi cabeza seguía la canción, mientras veía la película de mi vida. Cogió la pala y empezó a lanzarme tierra encima. Permanecí un rato allí tirada, sin poder mover mis extremidades, con una gran cantidad de tierra encima, hasta que dejé de respirar.
Andrés da Silva

La historia de Esperanza

Esta es la historia de Esperanza, una niña normal, no destaca mucho, aunque es la niña más lista de la clase, es morena, no muy alta, de unos catorce años, de carácter bueno y gentil, la vida no le iba del todo mal, en su casa vivía con su padre, su madre y su hermano pequeño; sus padres llevaban mucho tiempo casados, pero  hace unas semanas habían empezado a discutir y los vecinos del edificio en el que vivían, habían  protestado por las voces varias veces en esos últimos días, Esperanza ya los había oído discutir bastantes veces pero nunca decía nada por miedo a enfadarlos más aún. En su familia eran pobres pero vivían bien y estaban felices, aunque no se podían permitir muchos lujos.
En el colegio Esperanza era muy buena, los profesores siempre decían que era muy estudiosa y disponía de excelente actitud, pero los compañeros no la veían así, ellos pensaban que era muy reservada, tímida y tenía pocos amigos, por eso la trataban mal y se reían de ella.
Era verdad que Esperanza era tímida y por esa razón solo tenía una amiga, se llamaba Andrea y era gordita, también sacaba buenas notas, pero no tenía el carácter que tenía Esperanza, ni mucho menos, ella era más atrevida y no vivía en la misma situación que su amiga, ella era hija única y sus padres tenían una buena posición económica, se habían conocido en la biblioteca por el verano antes de que empezara el curso y se habían hecho muy amigas.
Un día cuando Esperanza llega a su casa encuentra a su madre llorando, tumbada en la cama, ella le pregunta que le pasa, pero no le responde y se lo vuelve a preguntar, entre lágrimas su madre consigue decirle que se ha separado de su padre, porque sin que ella se enterara había estado robando en varios sitios, cuando entonces decía que estaba trabajando en una fábrica, después le pregunta que donde está su padre ahora y su madre no la quiere contestar pero al final dice que unos policías han venido a buscarle y se lo han llevado. Esperanza en cuanto lo oye se va a su habitación y empieza a llorar también.
A partir de ese día en el colegio sus notas empiezan a bajar hasta tal punto que los profesores deciden llamar a su madre para que vaya a hablar con ellos, su madre se lo explica a los profesores y ellos entienden su situación y apoyan a Esperanza. Su madre le dice que podría cambiar de colegio e ir a uno público pero ella no quiere cambiarse porque quiere ser como las niñas de su clase.
Cuando salen del colegio en vez de comer en casa tienen que comer todos en un comedor social  hasta que su madre no encuentre trabajo para llevar dinero a casa.
Al siguiente día de colegio nada más llegar a clase sus compañeros la empiezan a llamar ladrona porque se han enterado de lo de sus padres, ella sale corriendo para esconderse en el baño y Andrea intenta defenderla pero como ve que no va a conseguir que se callen sale corriendo detrás de Esperanza para consolarla. Cuando Andrea la encuentra ella está encerrada en el baño llorando e intenta que le abra la puerta pero ella no la abre entonces llegan los profesores que tiran la puerta y ven que está intentando tomarse unas pastillas pero enseguida se las quitan y ven que son unas pastillas que en cuanto te las tomas se te para el corazón y te mueres, es decir Esperanza se quería suicidar. Y la mandan que se vaya a casa.
Cuando llega a casa su madre sigue llorando y entonces decide no contarle nada de lo ocurrido y se van a comer al comedor.
A la mañana siguiente en el colegio resulta que anuncian que a un profesor le falta su ordenador y todos le echan la culpa a Esperanza porque dicen que ella no tiene dinero ni para comprarse un ordenador ni para llevar la ropa de marca que siempre lleva al colegio y la vuelven a llamar ladrona pero su amiga la defiende otra vez y va preguntando quien fue quien le cogió el ordenador al profesor pero nadie sabe decirle quien fue.
Su amiga sabe que ella no tiene ordenador y que nunca se lo robaría a nadie, pero además también sabe de dónde saca la ropa, sin que Esperanza lo supiera Andrea de la que salía de casa la vio revolviendo entre la basura de las casas de donde vivían sus compañeros de clase a ver si tiraban algo de ropa para poder cogerlo ella, pero no se lo dijo a nadie ni siquiera a Esperanza ya que le daría vergüenza.
El profesor al que le había desaparecido el ordenador les puso un examen al día siguiente; a Esperanza se le daba muy bien lengua e hizo muy bien el examen. Después tenían gimnasia,  a la profesora le habían cogido la cartera y le echaron la culpa, otra vez; empezaron a registrar las mochilas y la cartera estaba en su mochila, la pobre empezó a llorar y esta vez no fue al baño sino al último piso, abrió una ventana y saco la mitad de su cuerpo fuera, en ese instante no pensó en su familia sino en porque su clase no la aceptaba y cuando iba a saltar llegaron los profesores y Andrea, que en cuanto la vio no lo pensó y se lanzó a agarrarla para que no se pudiera tirar.
Al día siguiente el profesor corrigió los exámenes y le sorprendió mucho la nota de dos chicos, les preguntó por los resultados pero dijeron que habían estudiado todo el día y que por eso habían sacado esa nota pero al final acabaron diciendo la verdad y dijeron que habían sido ellos los que tenían su ordenador y los que habían puesto la cartera en la mochila de Esperanza.
Al final, a la madre de Esperanza le dan un trabajo en el colegio, y pueden volver a casa como una familia normal, a los dos chicos los expulsan del colegio y a Esperanza después de ser ayudada por un especialista se recupera y vuelve al colegio, allí le dice a Andrea que de no haberla conocido en la biblioteca ahora estaría muerta y que no sabe la suerte que ha tenido en conocerla.
Esperanza se da cuenta que cuenta más el interior que el exterior y de lo importante que puede llegar a ser tener un buen amigo. 


Alba Gómez

Sus ojos


De sus ojos emanaban todo tipo de sentimientos: temor, miedo, sorpresa, desesperanza... sería imposible describirlos todos. Era el pequeño Minhaj, un niño somalí procedente del campamento de refugiados de Dadaab, uno de los más grandes de Somalia.
Entró en el hospital pesando 3 kilogramos, nadie daba nada por su vida, ni su propia familia. Cuando llegó a los médicos no se podían creer que una criatura de tan sólo 7 meses pudiese haber sobrevivido en aquellas condiciones. Era un niño fuerte, muy fuerte; luchaba y se debatía entre la vida y la muerte en aquel territorio tan hostil. Su madre, aún conociendo la hambruna que estaba pasando, le cedió la sangre que necesitaba para vivir en una transfusión. Los médicos quedaron asombrados del acto de amor de esta mujer, también desnutrida por la escasez de alimentos, que daba sus últimos suspiros de fuerza por su bebé. Los médicos y nutricionistas le instauraron una dieta intensiva de pasta de cacahuete enriquecida con vitamina y en poco tiempo salió del hospital pesando 4 kilogramos. Más tarde lo tuvieron que volver a ingresar, esta vez de tuberculosis, pero ya sin importancia. Su madre y toda su familia respiraban aliviados, porque todo el sufrimiento que tuvo que pasar Minhaj había acabado gracias a su ayuda y la de los médicos de las ONGs que están ayudando en países poco desarrollados.
Esta historia, nos sirve de ejemplo para saber que aún existen personas altruistas y de buen corazón en el mundo, que la mayor recompensa que les  puedes dar al salvar vidas es la sonrisa de aquellas personas a las que se la han salvado.
Sus ojos ya no desprenden angustia, ni desesperación, ni tristeza,... Únicamente se ve en ellos la alegría y el agradecimiento hacia estas buenas personas. Hoy, Minhaj es un niño sano y feliz.

Guille Sánchez