miércoles, 26 de enero de 2011

EL FARO de Edgar Allan Poe

1º de enero de 1796

Hoy, mi primer día en el faro, hago esta anotación en mi diario, según lo acordado con De Grät. Llevaré el diario con la mayor regularidad posible, aunque Dios sabe lo que podría sucederle a alguien tan solitario como yo... Podría enfermar, o algo peor...

Hasta ahora, todo bien. La balandra se salvó por poco, pero ¿por qué pensar en ello si estoy aquí sano y salvo? Mi ánimo mejora sólo con pensar que estaré- al menos una vez en mi vida- completamente solo, pues por grande que sea Neptuno, es obvio que no se le puede considerar parte de la “sociedad”. Sabe el cielo que nunca he confiado en la sociedad ni la mitad de lo que confío en este perro. Si lo hubiera hecho, la “sociedad” y yo no nos habríamos separado ni siquiera por un año... Lo que más me sorprende es la dificultad que tuvo De Grät para conseguirme este puesto... ¡a mí, un noble del reino! No es probable que el consejo tuviera dudas sobre mi capacidad para dirigir el faro. Un solo hombre lo había atendido antes y se las ingenió tan bien como los tres que por lo general asignan a la tarea. Las obligaciones son nimias, y las instrucciones absolutamente claras. No sería lo mismo si me hubiera acompañado Orndoff. Jamás habría podido avanzar con mi libro teniéndolo cerca, con su intolerable cotilleo, por no hablar de su sempiterna pipa de espuma de mar. Además, quiero estar solo... Es curioso que nunca hasta ahora hubiera reparado en el triste sonido de la palabra “solo”. Casi me parece que hay algo extraño en el eco de estos muros cilíndricos..., ¡pero no!, es absurdo. Sé que mi aislamiento me inquietará, pero no lo permitiré. No he olvidado la profecía de De Grät. Ahora, a trepar al fanal y a echar un vistazo para “ver lo que pueda ver”... Ver lo que pueda ver, en efecto..., no demasiado. Creo que la marea está bajando un poco, pero de todos modos la balandra tendrá un viaje de regreso turbulento. Difícilmente avistará la tierra del norte antes de mediodía de mañana, aunque sólo está a 190 o 200 millas.

2 de enero- He pasado el día en una especie de éxtasis casi imposible de describir. Mi pasión por la soledad no podía haber tenido mayor gratificación. No digo satisfacción, pues dudo que pudiera sentirme saciado de una dicha como la que he experimentado hoy... El viento amainó al alba y por la tarde el mar se había retirado... No se veía nada, ni siquiera con el telescopio, salvo océano, cielo y alguna que otra gaviota.

image 3 de enero- Calma chicha durante todo el día. Hacia el atardecer, el mar parecía de cristal. Avisté unas cuantas algas, pero absolutamente nada más en todo el día, ni siquiera el menor rastro de una nube... Me entretuve explorando el faro... Como compruebo a mi pesar cada vez que tengo que subir por sus interminables escaleras, es muy alto; casi cincuenta metros, diría yo, desde la marca inferior del nivel del agua hasta lo alto del fanal. Sin embargo, desde el fondo del foso debe de ser de al menos cincuenta y cinco metros, puesto que el suelo está a unos cinco metros por debajo de la superficie del mar, incluso con la marea baja... Creo que deberían haber rellenado el fondo hueco con mampuestos. En tal caso el edificio sería mucho más seguro..., pero, ¿en qué estoy pensando? Una estructura como esta es lo bastante segura en cualquier circunstancia. Debería sentirme a salvo incluso si arreciara el más furioso huracán. Sin embargo, he oído decir a los marineros que ocasionalmente, con viento del sudoeste, el mar ha subido más aquí que en cualquier otro punto del globo, con la sola excepción del paso occidental del Estrecho de Magallanes. Pero el mar por si solo no podría con este sólido muro roblonado en hierro que, a quince metros de la línea de aguas altas, tiene un espesor de al menos un metro veinte... La base sobre la cual descansa la estructura se me antoja tiza...

4 de enero



EL FARO

(Continuación de Juan Fuertes Colom al cuento de Edgar Allan  Poe)

5 de enero- Desde hace un par de días acostumbro a explorar mi faro hasta su último palmo como si se tratase de una mujer amada. Si hay algo que aborrezco de este faro es su estructura. Me desplace hacia donde me desplace tengo que tomar su escalera, y el ingente número de escalones no anima a hacer grandes desplazamientos. A veces tengo la sensación de que en cada escalón que supero gasto varios meses de mi vida, y que cuando llego a la descomunal lente veo en ella reflejado un viejo de piernas dobladas y temblorosas, que se maldice a sí mismo por querer recuperar los años que ha dejado sin usar en la escalera, sabiendo que tras haberlos recogido se le volverían a perder cuando volviese a subir hasta la lente. Hace cinco días que no escapa sonido de mi boca, que, en palabras del propio Orndoff “fue creada por Dios para las eternas conversaciones de madrugada en las tabernas”. Con el fin de acabar con esta ausencia de diálogo he decidido entablar una conversación diaria con el faro, al que llamo cariñosamente “Francis”.

8 de enero- He estado toda la mañana contemplando el horizonte. El día era de buena temperatura y en el balcón del torreón se estaba la mar de bien (curiosa expresión, como si el mar siempre hiciese bien…La noche pasada juraría que entre el rumor de su oleaje se distinguían insultos hacia mi persona). Por momentos me he sentido el hombre más solitariamente feliz del mundo, aunque yo mismo me viese obligado a admitir que se trataba de una sensación puramente pasajera. ¡Ah! Y no estoy solo, tengo a Francis, mi fiel faro, al que trato con todo el cariño y dignidad que mi imaginación me permite, y he de tener mucha, la verdad, para abstenerme de pensar que estoy hablándole a un enorme cilindro de ladrillo. Pero Francis no es un cilindro de ladrillo, es mucho más. Es mi agradable anfitrión, mi amigo, mi fiel compañero frente al cambiante temperamento del mar, y es más noble que muchos de los hombres que he conocido. Cuando le hablo en su interior, sus muros me contestan con mis mismas palabras, dando a entender su aprobación a las mismas. Cuando le pregunto repite mi pregunta, a modo de amistosa retórica. Por las noches contamos con la inestimable compañía del mar en nuestras conversaciones, aunque el muy charlatán no ha aprendido a callar su rumor ininterrumpido desde que puse un pie aquí.
“-¿Por qué no se callará?” digo.
“-¿Por qué no se callará?” dice Francis compartiendo mi interrogante. Qué bien nos entendemos.

12 de enero- Invierto la mayor parte de mi tiempo, que de otra cosa no, pero de  eso tengo en extensa cantidad, en sentarme en lo alto del torreón a pensar. A este paso los sabios del mundo vendrán hasta mi faro para aprender de mí.

19 de enero- Empiezo a caer en la peligrosa monotonía, por suerte aún parezco estar lejos del suelo.

23 de enero- Me he devanado los sesos pensando en qué actividades podrían sacarme de este permanente estado de aburrimiento que me envuelve igual que  la niebla del océano por las mañanas. Tal vez podría  intentar escribir un poema acerca del mar, e intentar mejorarlo hasta crear tal obra que todos los marineros del mundo la cantasen, y se supiesen de memoria sus palabras mejor que sus propios nombres. O podría arañar con mis uñas los pies de Francis, hasta que una débil ola bastase para quebrarle y hacerle precipitarse contra el mar conmigo en sus entrañas. Aunque no soy tan descortés como para arañarle los pies a mi anfitrión sin su permiso. Le diré que puede arañarme los míos si quiere. Con un poco de suerte él me dará el mismo consentimiento.
Se acerca una tormenta. El frío me abraza por las noches y sufro un preocupante dolor de cabeza.

30 de enero- Ninguna de las actividades que medité han sido de mi agrado. Me voy a volver loco como no dé con algo en lo que depositar mi tiempo. El mar empeora. Mi cabeza también.




10 de febrero- De pequeño me encantaban los funamulistas. Recuerdo que a los diez años soñaba con convertirme en uno. Mañana realizaré mi número de equilibrio sobre la delgada barandilla del torreón del faro. Para el exigente público de las aristas de las rocas.