lunes, 21 de marzo de 2011

Visita al Centro Penitenciario de Villabona


No tengo palabras para describir el valor y la fuerza de voluntad que demuestran todas las personas que pertenecen a la Unidad Terapéutica Educativa de Villabona, tanto los internos como las personas que están con ellos ayudándoles a reinsertarse. Realmente creía que la visita consistiría en enseñar a los alumnos las instalaciones del centro, pero lo que he visto hoy me ha enseñado más que todas las celdas cochambrosas que tenía en mente.
En el primer momento me sentí decepcionada por las famosas rejas de las que tanto nos habían hablado. No me pareció para tanto la experiencia. Mi disgusto aumentó cuando nos dijeron que íbamos a la zona “light” de la cárcel. Nos acompañaban los alumnos del colegio Santo Tomás de Aquino, de La Felguera.
Aquello no se parece en nada a lo que yo me imaginaba que era una cárcel, me parecía demasiado bonito.
Nos pasaron a una sala donde teníamos unas sillas para sentarnos. Enfrente de nosotros nos esperaban unos 20 o 30 presos farmacodependientes, todos pertenecientes a la UTE, todos con el mismo deseo en mente: liberarse de una vez de las drogas, las cuales los habían llevado a tan lamentable situación. Nos contaron sus experiencias, como poco a poco y sin darse cuenta, se fueron metiendo en ese atractivo mundo destrozando sus vidas y también las de sus familias. Durante toda la charla, que duró una hora y media aproximadamente, no dejaron de insistirnos en que no debemos seguir su ejemplo, apartándonos de ese camino cuanto más podamos mejor.
Mi conmoción aumentó cuando salimos de la sala, ahora en un grupo más reducido, y nos dirigimos a otro cuarto para seguir charlando. Ahora nos tocaba a nosotros, a los estudiantes, contar nuestros hábitos del día a día o fin de semana, donde están muy presentes el tabaco y el alcohol, que aunque también son drogas, al estar más socializadas las tenemos menos en cuenta. He dejado de fumar hace una semana, pero gracias a su charla mi consumo de alcohol va a descender mucho. Me gustaría decir que lo dejaré totalmente pero aun tengo el pensamiento de que no es tan malo como ellos cuentan. De todas formas, les agradezco mucho sus consejos y la forma que han usado para abrirme los ojos. Fueron agradables y simpáticos con nosotros durante toda la visita, y nos han ayudado a mentalizarnos en contra de todos esos malos hábitos.
Finalmente los propios internos nos enseñaron un poco las instalaciones de la UTE, como el gimnasio, los patios, las celdas y el comedor. Las celdas me sorprendieron bastante. Solo había dos presos por celda y además tenían encima del escritorio un pequeño pero moderno televisor. Nunca me imaginé que los internos disfrutaran de esas comodidades. Justo en el momento que estaba pensando en ello, uno de los presidiarios que nos acompañaban nos cerró la puerta desde fuera. Grité. Sentí una enorme angustia al verme encerrada en una habitación sin poder salir. Cuando después de reírse un poco de nosotros nos dejó, salir pensé lo mal que lo había pasado yo durante los pocos segundos que estuve allí dentro cerrada. No quiero ni imaginarme como lo pasarán ellos. Sentí mucha pena.

He aprendido mucho en esta visita. Ellos nos dijeron que no debemos ser nada tolerantes con las drogas, y en mi caso lo han conseguido. Me conmovieron. Solo espero tener la oportunidad de volver y seguir aprendiendo.

Claudia Pastor Rodríguez

Visita al Centro Penitenciario de Villabona


Tenía una visión distinta a lo que vi allí, era algo parecido a las películas, en cambio me impresionó la manera en la que todos los presos nos trataron.
Para mi la charla y todo lo que nos contaron de lo que les pasó, es algo que no se lo cuentan a la gente sino que se abrieron y consiguieron abrirnos los ojos de cosas que ya sabíamos como eran pero no desde una persona que está allí dentro y lo pasa mal. Son situaciones que uno ya se las imagina, si están ahí, no entraron por algo bueno sino que hicieron cosas de  las que ahora se arrepienten pero claro, en ese momento no pensaban en lo que puede pasar después, solo en ahora quiero “esto” y para conseguirlo tengo que hacer lo “otro”. Me dieron pena por una parte, porque hay gente que no se da cuenta de lo que tiene hasta que llega un momento en el que no puedes volver a atrás y lo pierdes todo por una simple “mierda” que lo que hace es alejarte de los problemas y de las personas que realmente quieres.
Las personas que vieron y que vivieron todo eso saben ahora si salieron o si están en la calle, cómo es ese sitio, y no es agradable, tú te lo buscas, pero es una experiencia que nadie querría repetir.
Por otra parte, las compañías con la que uno se junta en un momento puntual que estás mal, o estás de tal manera en ese momento en que no quieres ver la realidad y quieres evadirte del mundo influyen. Hay muchas otras maneras de estar sin beber o drogarte. Yo opino que si tienes fuerza , amor propio y un poco de cabeza no tienes por que pensar en hacer nada de eso para huir de los problema. Con todo esto no quiero decir que no sean personas que hayan cometido errores y que quieran cambiar pero cuando empiezas en ese mundillo, te metes porque quieres y cuando intentas salir ya no puedes. Yo tengo cabeza para que nunca me
pase eso no porque no sea fuerte, sino porque no quiero, y sé perfectamente decir que no, porque no me importa lo que diga la gente ni para que me influencie.
Así y todo la visita me gustó. Quizás iría otra vez a otra visita. Es otra manera de ver las cosas, ahora las miro desde otra perspectiva.


Verónica Rodríguez

miércoles, 26 de enero de 2011

EL FARO de Edgar Allan Poe

1º de enero de 1796

Hoy, mi primer día en el faro, hago esta anotación en mi diario, según lo acordado con De Grät. Llevaré el diario con la mayor regularidad posible, aunque Dios sabe lo que podría sucederle a alguien tan solitario como yo... Podría enfermar, o algo peor...

Hasta ahora, todo bien. La balandra se salvó por poco, pero ¿por qué pensar en ello si estoy aquí sano y salvo? Mi ánimo mejora sólo con pensar que estaré- al menos una vez en mi vida- completamente solo, pues por grande que sea Neptuno, es obvio que no se le puede considerar parte de la “sociedad”. Sabe el cielo que nunca he confiado en la sociedad ni la mitad de lo que confío en este perro. Si lo hubiera hecho, la “sociedad” y yo no nos habríamos separado ni siquiera por un año... Lo que más me sorprende es la dificultad que tuvo De Grät para conseguirme este puesto... ¡a mí, un noble del reino! No es probable que el consejo tuviera dudas sobre mi capacidad para dirigir el faro. Un solo hombre lo había atendido antes y se las ingenió tan bien como los tres que por lo general asignan a la tarea. Las obligaciones son nimias, y las instrucciones absolutamente claras. No sería lo mismo si me hubiera acompañado Orndoff. Jamás habría podido avanzar con mi libro teniéndolo cerca, con su intolerable cotilleo, por no hablar de su sempiterna pipa de espuma de mar. Además, quiero estar solo... Es curioso que nunca hasta ahora hubiera reparado en el triste sonido de la palabra “solo”. Casi me parece que hay algo extraño en el eco de estos muros cilíndricos..., ¡pero no!, es absurdo. Sé que mi aislamiento me inquietará, pero no lo permitiré. No he olvidado la profecía de De Grät. Ahora, a trepar al fanal y a echar un vistazo para “ver lo que pueda ver”... Ver lo que pueda ver, en efecto..., no demasiado. Creo que la marea está bajando un poco, pero de todos modos la balandra tendrá un viaje de regreso turbulento. Difícilmente avistará la tierra del norte antes de mediodía de mañana, aunque sólo está a 190 o 200 millas.

2 de enero- He pasado el día en una especie de éxtasis casi imposible de describir. Mi pasión por la soledad no podía haber tenido mayor gratificación. No digo satisfacción, pues dudo que pudiera sentirme saciado de una dicha como la que he experimentado hoy... El viento amainó al alba y por la tarde el mar se había retirado... No se veía nada, ni siquiera con el telescopio, salvo océano, cielo y alguna que otra gaviota.

image 3 de enero- Calma chicha durante todo el día. Hacia el atardecer, el mar parecía de cristal. Avisté unas cuantas algas, pero absolutamente nada más en todo el día, ni siquiera el menor rastro de una nube... Me entretuve explorando el faro... Como compruebo a mi pesar cada vez que tengo que subir por sus interminables escaleras, es muy alto; casi cincuenta metros, diría yo, desde la marca inferior del nivel del agua hasta lo alto del fanal. Sin embargo, desde el fondo del foso debe de ser de al menos cincuenta y cinco metros, puesto que el suelo está a unos cinco metros por debajo de la superficie del mar, incluso con la marea baja... Creo que deberían haber rellenado el fondo hueco con mampuestos. En tal caso el edificio sería mucho más seguro..., pero, ¿en qué estoy pensando? Una estructura como esta es lo bastante segura en cualquier circunstancia. Debería sentirme a salvo incluso si arreciara el más furioso huracán. Sin embargo, he oído decir a los marineros que ocasionalmente, con viento del sudoeste, el mar ha subido más aquí que en cualquier otro punto del globo, con la sola excepción del paso occidental del Estrecho de Magallanes. Pero el mar por si solo no podría con este sólido muro roblonado en hierro que, a quince metros de la línea de aguas altas, tiene un espesor de al menos un metro veinte... La base sobre la cual descansa la estructura se me antoja tiza...

4 de enero



EL FARO

(Continuación de Juan Fuertes Colom al cuento de Edgar Allan  Poe)

5 de enero- Desde hace un par de días acostumbro a explorar mi faro hasta su último palmo como si se tratase de una mujer amada. Si hay algo que aborrezco de este faro es su estructura. Me desplace hacia donde me desplace tengo que tomar su escalera, y el ingente número de escalones no anima a hacer grandes desplazamientos. A veces tengo la sensación de que en cada escalón que supero gasto varios meses de mi vida, y que cuando llego a la descomunal lente veo en ella reflejado un viejo de piernas dobladas y temblorosas, que se maldice a sí mismo por querer recuperar los años que ha dejado sin usar en la escalera, sabiendo que tras haberlos recogido se le volverían a perder cuando volviese a subir hasta la lente. Hace cinco días que no escapa sonido de mi boca, que, en palabras del propio Orndoff “fue creada por Dios para las eternas conversaciones de madrugada en las tabernas”. Con el fin de acabar con esta ausencia de diálogo he decidido entablar una conversación diaria con el faro, al que llamo cariñosamente “Francis”.

8 de enero- He estado toda la mañana contemplando el horizonte. El día era de buena temperatura y en el balcón del torreón se estaba la mar de bien (curiosa expresión, como si el mar siempre hiciese bien…La noche pasada juraría que entre el rumor de su oleaje se distinguían insultos hacia mi persona). Por momentos me he sentido el hombre más solitariamente feliz del mundo, aunque yo mismo me viese obligado a admitir que se trataba de una sensación puramente pasajera. ¡Ah! Y no estoy solo, tengo a Francis, mi fiel faro, al que trato con todo el cariño y dignidad que mi imaginación me permite, y he de tener mucha, la verdad, para abstenerme de pensar que estoy hablándole a un enorme cilindro de ladrillo. Pero Francis no es un cilindro de ladrillo, es mucho más. Es mi agradable anfitrión, mi amigo, mi fiel compañero frente al cambiante temperamento del mar, y es más noble que muchos de los hombres que he conocido. Cuando le hablo en su interior, sus muros me contestan con mis mismas palabras, dando a entender su aprobación a las mismas. Cuando le pregunto repite mi pregunta, a modo de amistosa retórica. Por las noches contamos con la inestimable compañía del mar en nuestras conversaciones, aunque el muy charlatán no ha aprendido a callar su rumor ininterrumpido desde que puse un pie aquí.
“-¿Por qué no se callará?” digo.
“-¿Por qué no se callará?” dice Francis compartiendo mi interrogante. Qué bien nos entendemos.

12 de enero- Invierto la mayor parte de mi tiempo, que de otra cosa no, pero de  eso tengo en extensa cantidad, en sentarme en lo alto del torreón a pensar. A este paso los sabios del mundo vendrán hasta mi faro para aprender de mí.

19 de enero- Empiezo a caer en la peligrosa monotonía, por suerte aún parezco estar lejos del suelo.

23 de enero- Me he devanado los sesos pensando en qué actividades podrían sacarme de este permanente estado de aburrimiento que me envuelve igual que  la niebla del océano por las mañanas. Tal vez podría  intentar escribir un poema acerca del mar, e intentar mejorarlo hasta crear tal obra que todos los marineros del mundo la cantasen, y se supiesen de memoria sus palabras mejor que sus propios nombres. O podría arañar con mis uñas los pies de Francis, hasta que una débil ola bastase para quebrarle y hacerle precipitarse contra el mar conmigo en sus entrañas. Aunque no soy tan descortés como para arañarle los pies a mi anfitrión sin su permiso. Le diré que puede arañarme los míos si quiere. Con un poco de suerte él me dará el mismo consentimiento.
Se acerca una tormenta. El frío me abraza por las noches y sufro un preocupante dolor de cabeza.

30 de enero- Ninguna de las actividades que medité han sido de mi agrado. Me voy a volver loco como no dé con algo en lo que depositar mi tiempo. El mar empeora. Mi cabeza también.




10 de febrero- De pequeño me encantaban los funamulistas. Recuerdo que a los diez años soñaba con convertirme en uno. Mañana realizaré mi número de equilibrio sobre la delgada barandilla del torreón del faro. Para el exigente público de las aristas de las rocas.